En la dehesa, todos conocían a El Marrano, un cerdo con más personalidad que un torero en feria y más hambre que en dieta de lechuga. Era glotón, sí, pero también feliz. Mientras el resto de los cerdos seguían la rutina de siempre, El Marrano tenía su propio lema: "Si hay bellotas, hay fiesta". Y vaya si lo cumplía. Se le veía correteando entre encinas, en busca de las bellotas más frescas y sabrosas, con el hocico en alto y sus gruñidos de satisfacción que se escuchaban a kilómetros.