En la dehesa, todos conocían a El Marrano, un cerdo con más personalidad que un torero en feria y más hambre que en dieta de lechuga. Era glotón, sí, pero también feliz. Mientras el resto de los cerdos seguían la rutina de siempre, El Marrano tenía su propio lema: "Si hay bellotas, hay fiesta". Y vaya si lo cumplía. Se le veía correteando entre encinas, en busca de las bellotas más frescas y sabrosas, con el hocico en alto y sus gruñidos de satisfacción que se escuchaban a kilómetros.

Las andanzas de El Marrano eran famosas, no solo por su buen diente, sino por su entusiasmo desbordante, que era tan contagioso que incluso arrancaba risas a los pastores, al verlo revolcarse en su manjar diario como un rey en su banquete.

Y cuando llegó el momento de compartir su legado, El Marrano se convirtió en un símbolo: el de la indulgencia bien entendida, la alegría de saborear sin remordimientos y la certeza de que la felicidad y el buen comer son la combinación perfecta para un producto excepcional.

Así, cada loncha que lleva su nombre es una invitación a vivir sin prisas y con una sonrisa.